Estaba en mis aposentos… Todo me daba vueltas, había perdido a todos mis seres queridos en apenas una horas… ¿Qué se supone que debía hacer ahora? ¿Cómo había llegado a esta situación? Me paré a pensarlo… ¿Qué había hecho mal durante mi reinado? Si solo había hecho caso a Tiresias, el adivino ciego… Aquel adivino… Nunca me había gustado, siempre me había parecido que actuaba en su propio beneficio, si lo había escuchado había sido por el clamor popular, y si al pueblo le gustaba, era mejor hacerles felices, ya que, si de buenas a primeras me ponía a contradecirles, mal acabaríamos…
¡El caso era que yo estaba en la situación en la que estaba por su culpa! No cabía lugar a duda… ¡Maldita sea! Había estado más ciego que el propio Tiresias, si es verdad que este estaba ciego, siempre había tenido mis dudas sobre ello.
Me levanté decidido a vengarme de Tiresias, total, personalmente no tenía nada que perder… Con la muerte de Antígona había perdido el respeto del pueblo, además de a mi hijo y a mi esposa.
Encontré a Tiresias y a su lazarillo en una de las colinas más altas, observando el vuelo de las aves, y sin mediar palabra, desenfunde la espada, pero el ruido de esta al rozar con la vaina, hizo girarse a los dos.
TIRESIAS: ¡¿Quien anda ahí?!
LAZARILLO: ¡Es Creonte y lleva una…!
Nunca llegó a acabar esas palabras, porque al lanzar una estocada contra Tiresias, este la esquivo, con una habilidad impropia de un ciego, confirmando así mis sospechas de que mentía. ¡LO SABÍA!
La espada atravesó al joven chico, limpiamente, un golpe seco, mortal, cayó al suelo desplomado y en su mirada aun se podía apreciar el pánico.
En ese momento, cuando desde el suelo el chico me miró arrojando borbotones de sangre por la boca, me di cuenta de que era un monstruo… Una persona que cause 4 muertes en un día no merece vivir, así que arranque la espada del torso del joven y este emitió un leve gemido, ya prácticamente imperceptible, y contemple la hoja de la espada, bañada en sangre, me vi ligeramente reflejado, me di asco, así que con la misma espada, que se había suicidado mi mujer, y con la misma espada con la que le había quitado la vida a un joven completamente inocente, me quité la vida…
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