domingo, 10 de enero de 2010
4ª entrada Antígona: EURIDICE SE ENTERA ACCIDENTALMENTE DE LA MUERTE DE SU HIJO HEMÓN
No debí haber escuchado esas palabras...No debí haberlas escuchado, pero lo hice, las recuerdo nítidamente, sin ningún tipo de interferencia…
MENSAJERO: Hemón ha perecido, y él de su propia mano ha vertido su sangre.
CORIFEO: ¿Por mano de su padre o por la suya propia?
MENSAJERO: El mismo y por su misma mano: irritada protesta contra el asesinato perpetrado por su padre.
Es lo último que escuché, creo que me desmayé… Lo que viene a continuación, no sé si fue realidad o ficción, pero posiblemente fue ficción…
Me acordé de todos los momentos junto a mi querido hijo, junto a Hemón… La primera vez que lo tuve entre mis brazos, sus primeros pasos, sus primeras palabras… Era como ver toda nuestra vida juntos, y en ella, apenas aparecía Creonte, el padre de la criatura, y ahí creo que es cuando me di cuenta de que Creonte había sido un mal padre, no sé si llegué a esta conclusión desde un punto objetivo, pero creo que no lo hice, llegué a esta conclusión cegada por la ira, por que por culpa de Creonte, mi hijo había muerto, nunca más lo vería sonreír, nunca más lo vería con vida…
Recuperé la consciencia, y volví a entrar en la sala, y a pedirle al mensajero explicaciones.
MENSAJERO: Yo estuve allí presente, respetada señora, y te diré la verdad sin omitir palabra; total, ¿para qué ablandar una noticia, si luego he de quedar como embustero? La verdad es siempre el camino más recto. Yo he acompañado como guía a tu marido hacia lo alto del llano, donde yacía aún sin piedad, destrozo causado por los perros, el cadáver de Polinices. Hemos hecho una súplica a la diosa de los caminos y a Plutón 32, para que nos fueran benévolos y detuvieran sus iras; le hemos dado un baño purificador, hemos cogido ramas de olivo y quemado lo que de él quedaba; hemos amontonado tierra patria hasta hacerle un túmulo bien alto. Luego nos encaminamos a donde tiene la muchacha su tálamo nupcial, lecho de piedra y cueva de Hades. Alguien ha oído ya, desde lejos, voces, agudos lamentos, en torno a la tumba a la que faltaron fúnebres honras, y se acerca a nuestro amo Creonte para hacérselo notar; éste, conforme se va acercando, mas le llega confuso rumor de quejumbrosa voz; gime y, entre sollozos, dice estas palabras: "Ay de mí, desgraciado, soy acaso adivino? ¿Por ventura recorro el más aciago camino de cuantos recorrí en mi vida? Es de mi hijo esta voz que me acoge. Venga, servidores, veloces, corred, plantaros en la tumba, retirad una piedra, meteros en el túmulo por la abertura, hasta la boca misma de la cueva y atención: fijaos bien si la voz que escucho es la de Hemón o si se trata de un engaño que los dioses me envían." Nosotros, en cumplimiento de lo que nuestro desalentado jefe nos mandaba, miramos, y al fondo de la caverna, la vimos a ella colgada por el cuello, ahogada por el lazo de hilo hecho de su fino velo, y a él caído a su vera, abrazándola por la cintura, llorando la pérdida de su novia, ya muerta, el crimen de su padre y su amor desgraciado. Cuando Creonte le ve, lamentables son sus quejas: se acerca a él y le llama con quejidos de dolor: "Infeliz, ¿qué has hecho? ;Que pretendes? ¿Qué desgracia te ha privado de razón? Sal, hijo, sal; te lo ruego, suplicante." Pero su hijo le miró de arriba a abajo con ojos terribles, le escupió en el rostro, sin responderle, y desenvainó su espada de doble filo. Su padre, de un salto, esquiva el golpe: él falla, vuelve su ira entonces contra si mismo, el desgraciado; como va, se inclina, rígido, sobre la espada y hasta la mitad la clava en sus costillas; aún en sus cabales, sin fuerza ya en su brazo, se abraza a la muchacha; exhala súbito golpe de sangre y ensangrentada deja la blanca mejilla de la joven; allí queda, cadáver al lado de un cadáver; que al final, mísero, logró su boda, pero ya en el Hades: ejemplo para los mortales de hasta qué punto el peor mal del hombre es la irreflexión.
No pude aguantarlo más, me di media vuelta y me marché, y delante del altar familiar, con una espada de mi marido, cegada por la furia y con los ojos empañados en lágrimas lo hice, me quite la vida, si a lo de las últimas horas se le podía llamar vida
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Guillermo Biosca Garcia
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