Esta pasada noche, cené con Medea en palacio; la cena se hizo un tanto larga, pero no en cuanto a tiempo se refiere, sino en la lentitud con la que supe escoger el momento adecuado, para decirle a la madre de mis hijos, que ya no la amaba.
Una cena incómoda, con multitud de silencios incómodos, interrumpidos por el ruido de los cubiertos, donde incluso hasta la deliciosa comida, era un tanto insípida, y todo ello debido a la cantidad de nervios que se acumulaban en el ambiente.
Llegados los postres, creí oportuno que debía expresar ya, el motivo por el que la había hecho venir. Le dije que mi amor por ella había tocado fin, y que se encontraba a gusto con otra mujer con la que estaba compartiendo su vida. De esta manera, quise suavizar aquel discurso, argumentando que ella era la madre de mis hijos, y que exigía sumo cuidado y un gran respeto, además que en ningún momento quería perder a ninguno de mis dos hijos.
En cuanto acabe el discurso, Medea permaneció al menos diez minutos sentada en su asiento, con la mirada perdida sin abrir la boca. Cuando de pronto, se levantó del asiento, se plantó delante de mi persona y me dio la enhorabuena por mi relación con Luna y me deseó mucha suerte en mi futura relación con ella. Abrió la puerta y huyó de palacio.
Yo, me encontraba enormemente feliz, incluso llegué a dar un salto de alegría, porque ni en el mejor de los casos, pensé que se lo tomaría con tan buena filosofía, pero claro, esto me llevaba a otra mar de dudas; no acababa de comprender, el por qué, de esa tan buena reacción.
guille lorenzo
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