Mis señores parecían estar hechos el uno para el otro, todo era felicidad, apenas se discutía en la casa, se podía palpar tanto la tranquilidad como la felicidad y esto duro, pero duro demasiado… algo tenia que suceder y … sucedió.
Mi señor salía constantemente de la casa, en un principio eso no me extrañaba, salía a trabajar y llevaba adelante la familia, pero sus escapadas se fueron prolongando y finalmente opte por contárselo a mi señora, ella decía que no pasaba nada, que todo estaba bien y que no me preocupara, pero yo sentía que no era así.
Con el tiempo nacieron los niños, y por un momento pensé que mi señora tenia razón, pero yo solo quería lo mejor para ellos, ellos que me lo daban todo y a la vez, todo me lo podía quitar si así lo querían, pero eran buenos conmigo, me trataban bien y les cogí cariño.
Con el paso del invierno, empezaron las discusiones entre mis señores, los buenos tiempos se iban y llegaban las tormentas…
Finalmente corrían rumores de que mi señor se veía con la hija del rey, mi señora confiaba ciegamente en el, y no los quería escuchar pero yo… yo sabia bien que algo pasaba, me dedicaba con dulzura a cuidar a los niños que poco a poco se iban haciendo cada vez mas mayores, era su segunda madre y me querían tanto como yo a ellos.
Pasaron los días y el pedagogo de los niños me confirmo aquellos rumores, corriendo se lo dije a mi señora, pero ella ya lo sabia.
Se puso enfurecida, rabiosa, era imposible contener su rabia y su dolor, mi señor iba a contraer matrimonia con aquella chiquilla y a mi señora la quería desterrar, por miedo a las represaría, la gente teme más a una mujer destrozada por el dolor que provoca el amor que a una guerra.
Ella juró venganza y no paró hasta conseguirla ahora, ya no sé nada de ella, espero esté bien y haya encontrado lo que en su día perdió… la felicidad.
Lucía Martín-Lorente Zarzoso
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